Jaime Sabines: Breviario poético, romántico y antipolítico

Jaime Sabines inicialmente quería ser médico, por ello, se trasladó a la CDMX en 1945 para estudiar en la Escuela Nacional de Medicina, pero le aguardaba otro destino.

Jaime Sabines Gutiérrez fue un poeta mexicano, considerado como uno de los más grandes del siglo XX.

Nació en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Su padre, Julio Sabines, fue un libanés que emigró con su familia a Cuba y luego se radicó en 1914 en México, donde participó en la Revolución Mexicana, quien además, fue el encargado de inculcar el amor por las letras y la literatura en Jaime y que se dedicara a la poesía.

Sabines tenía en mente ser médico, por ello se trasladó a Ciudad de México en 1945 para comenzar sus estudios en la Escuela Nacional de Medicina, pero descubrió que no había nacido para dicha profesión y de ahí, dio el salto para iniciar su carrera como escritor.

Pero la vida en la CDMX era muy costosa, entonces tuvo que volver a Chiapas para trabajar en la tienda de telas El Modelo, propiedad de su hermano Juan, Sabines aprovechó esa temporada para ahorrar dinero y también comenzar sus primeros escritos: Tarumba, su célebre poemario, es de esta etapa.

A continuación, hacemos un pequeño recuento de varios de sus poemas célebres. En especial, el primero, que hace una alusión contemporánea a los políticos.

Diario Oficial (marzo de 1970)

Por decreto presidencial: el pueblo no existe.

El pueblo es útil para hablar en banquetes;

“Brindo por el pueblo de México”,

“Brindo por el pueblo de Estados Unidos”.

También sirve el pueblo para otros menesteres literarios:

escribir el cuento de la democracia,

publicar la revista de la revolución,

hacer la crónica de los grandes ideales.

El pueblo es una entidad pluscuamperfecta

generosamente abstracta e infinita.

Sirve también para que jóvenes idiotas

aumenten el área de los panteones

o embaracen las cárceles

o aprendan a ser ricos.

Lo mejor de todo lo ha dicho un señor Ministro:

“Con el pueblo me limpio el culo.”

He aquí lo máximo que puede llegar a ser el pueblo:

un rollo de papel higiénico

para escribir la historia contemporánea con las uñas.

Jaime Sabines. Foto de redes socialesFB
Sabines. El poeta del pueblo.

Para hacer funcionar las estrellas

Para hacer funcionar a las estrellas es necesario apretar el botón azul.

Las rosas están insoportables en el florero.

¿Por qué me levanto a las tres de la mañana mientras todos duermen? ¿Mi corazón sonámbulo se pone a andar sobre las azoteas detectando los crímenes, investigando el amor?

Tengo todas las páginas para escribir, tengo el silencio, la soledad, el amoroso insomnio; pero sólo hay temblores subterráneos, hojas de angustia que aplasta una serpiente en sombra. No hay nada que decir: es el presagio, sólo el presagio de nuestro nacimiento.

Te quiero porque tienes…

Te quiero porque tienes las partes de la mujer en el lugar preciso y estás completa.

No te falta ni un pétalo, ni un olor, ni una sombra.

Colocada en tu alma, dispuesta a ser rocío en la yerba del mundo, leche de luna en las oscuras hojas.

Quizás me ves, tal vez, acaso un día, en una lámpara apagada, en un rincón del cuarto donde duermes, soy la mancha, un punto en la pared, alguna raya que tus ojos, sin ti, se quedan viendo.

Quizás me reconoces como una hora antigua cuando a solas preguntas, te interrogas con el cuerpo cerrado y sin respuesta.

Soy una cicatriz que ya no existe, un beso ya lavado por el tiempo, un amor y otro amor que ya enterraste. Pero estás en mis manos y me tienes y en tus manos estoy, brasa, ceniza, para secar tus lágrimas que lloro.

¿En qué lugar, en dónde, a qué deshoras me dirás que te amo?

Esto es urgente porque la eternidad se nos acaba.

Recoge mi cabeza.

Guarda el brazo con que amé tu cintura.

No me dejes en medio de tu sangre en esa toalla.

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!Qué alegre el día, sucio, oscuro, lluvioso!

¡Qué alegres las azoteas con las ropas volando en su sitio, desatándose, atadas, diciéndole groserías, riendo como el viento!

¡Qué alegre el ruido amontonado en la calle

y el susto del rayo que cayó allí cerca

y los cláxones trepados uno encima del otro y la lluvia arreciando,

apagándome el radio,

mojándome los pulmones,

cerrando las ventanas!

¡Qué alegres yo,

esa mosca,

la “Monina” ladrando,

las nubes tronando,

el trueno,

todo mundo!

A estas horas, aquí

Habría que bailar ese danzón que tocan en el cabaret de abajo,

dejar mi cuarto encerrado

y bajar a bailar entre borrachos.

Uno es un tonto en una cama acostado, sin mujer,

aburrido, pensando, sólo pensando.

No tengo “hambre de amor”, pero no quiero pasar todas las noches embrocado mirándome los brazos, o, apagada la luz, trazando líneas con la luz del cigarro. Leer, o recordar, o sentirme tufo de literato, o esperar algo. Habría que bajar a una calle desierta y con las manos en las bolsas, despacio, caminar con mis pies e irles diciendo: uno, dos, tres, cuatro…

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Este cielo de México es obscuro, lleno de gatos, con estrellas miedosas y con el aire apretado. (Anoche, sin embargo, había llovido, y era fresco, amoroso, delgado.) Hoy habría que pasármela llorando en una acera húmeda, al pie de un árbol, o esperar un tranvía escandaloso para gritar con fuerzas, bien alto. Si yo tuviera un perro podría acariciarlo.

Si yo tuviera un hijo le enseñaría mi retrato o le diría un cuento que no dijera nada pero que fuera largo. Yo ya no quiero, no, yo ya no quiero seguir todas las noches vigilando cuándo voy a dormirme, cuándo. Yo lo que quiero es que pase algo, que me muera de veras o que de veras esté fastidiado, o cuando menos que se caiga el techo de mi casa un rato.

La jaula que me cuente sus amores con el canario. La pobre luna, a la que todavía le cantan los gitanos, y la dulce luna de mi armario, que me digan algo, que me hablen en metáforas, como dicen que hablan, este vino es amargo, bajo la lengua tengo un escarabajo. ¡Qué bueno que se quedara mi cuarto toda la noche solo, hecho un tonto, mirando!

No quiero paz, no hay paz, quiero mi soledad. Quiero mi corazón desnudo para tirarlo a la calle, quiero quedarme sordomudo. Que nadie me visite, que yo no mire a nadie, y que si hay alguien, como yo, con asco, que se lo trague. Quiero mi soledad, no quiero paz, no hay paz.

Si sobrevives

Si persistes, canta, sueña, emborráchate.

Es el tiempo del frío: ama, apresúrate. El viento de las horas barre las calles, los caminos. Los árboles esperan: tú no esperes, éste es el tiempo de vivir, el único.

Cuando tengas ganas de morirte esconde la cabeza bajo la almohada y cuenta cuatro mil borregos.

Quédate dos días sin comer y verás qué hermosa es la vida: carne, frijoles, pan.

Quédate sin mujer: verás. Cuando tengas ganas de morirte no alborotes tanto: muérete y ya.

Cantemos al dinero

Cantemos al dinero con el espíritu de la navidad cristiana. No hay nada más limpio que el dinero, ni más generoso, ni más fuerte.

El dinero abre todas las puertas; es la llave de la vida jocunda, la vara del milagro, el instrumento de la resurrección.

Te da lo necesario y lo innecesario, el pan y la alegría. Si tu mujer está enferma puedes curarla, si es una bestia puedes pagar para que la maten.

El dinero te lava las manos de la injusticia y el crimen, te aparta del trabajo, te absuelve de vivir. Puedes ser como eres con el dinero en la bolsa, el dinero es la libertad.

Si quieres una mujer y otra y otra, cómpralas, si quieres una isla, cómprala, si quieres una multitud, cómprala. (Es el verbo más limpio de la lengua: comprar.) Yo tengo dinero quiere decir me tengo.

Soy mío y soy tuyo en este maravilloso mundo sin resistencias. Dar dinero es dar amor. ¡Aleluya, creyentes, uníos en la adoración del calumniado becerro de oro y que las hermosas ubres de su madre nos amamanten!