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Buscar a Martin Luther King en CDMX; minicrónica de un voceador que se volvió reportero   

Cada tercer lunes de enero, Estados Unidos celebra la vida de Martin Luther King Jr; en su honor, reproducimos esta crónica.

Hace meses, se cumplieron 70 años del Café la Habana, en la calle de Bucareli, y ante la provocación de la memoria, muchas sensaciones encienden vivencias.

Durante décadas, Bucareli fue el centro de miles de repartidores de periódicos que se distribuían en casas, calles y oficinas de la CDMX. Les decían “voceadores” porque a grandes voces vendían sus diarios, aunque antes les llamaban “papeleritos”.

Sobre Bucareli se fueron asentando los principales diarios en México: Excélsior, El Universal, Novedades, La Prensa, La Jornada (en sus inicios) el Sol de México, El Nacional y también concentró la mayor parte de expendios de periódico y revistas que abastecían desde las primeras horas de la madrugada a los voceadores.

Los repartidores y voceadores inundábamos la Avenida Bucareli, el Paseo de la Reforma y la calle de Morelos y sin querer, abonábamos a la libertad de expresión y manteníamos esa avenida viva, con el tradicional grito de ¡extra, extra! o el ¡últimas noticias!

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Literal, el peso de la información

Pero los gritos en las calles de Bucareli, Artículo 123, Abraham González, Iturbide y Morelos se han ido callando poco a poco. El auge del Internet, la pandemia, la economía y los cambios estructurales en los medios de comunicación son ya la nueva dinámica.

Ya no hay en esas calles los bultos o flejes de periódicos ni las bicicletas con sus enormes torres de ejemplares que, con sus hábiles y temerarios ciclistas, capoteaban a la gente en la Avenida Morelos y se abrían paso en medio de las mentadas de los automovilistas y las motos para repartir los periódicos y revistas.

Aunque lloviera o fuera de noche, los voceadores éramos un ejército que a diario cargábamos los diarios y revistas para recorrer, con los zapatos o tenis raídos, las calles de cientos de colonias en la CDMX.

“Los voceadores fueron el mejor medio de difusión del periodismo a nivel nacional, que junto con los 8 mil puntos de venta de periódicos que existían en la Ciudad de México” llenaron de información a la naciente capital del país, detalla un despacho de Excélsior.

Llegando y comprando

La cuestión era solo caminar unas cuadras desde que salíamos del metro Juárez hasta llegar a la contraesquina donde estaba el Café La Habana, en la Abraham González.

Al llegar, había decenas de niños, jóvenes y adultos, algunos mayores, que en el suelo armábamos las secciones del periódico en cuestión de minutos. Había largas pilas de periódicos vespertinos, pero el que más se vendía era Ovaciones —incluso más que El Gráfico—, que era el vespertino de El Universal, además de La Extra.

En ese entonces, 1974, los periódicos que más se vendían era La Prensa y Esto.

Ahí, Alberto, mi amigo de infancia, compraba 50 ejemplares de la segunda para él y otros 30 para mí.

—Es para que te enseñes a trabajar.

Yo tenía 10 años y solo le había pedido permiso a mi papá para trabajar de vocero en las calles de Tacubaya.

—¿Qué vas a hacer? Dijo mi papá.

—Voy a vender periódicos, le dije y me salí tranquilo, después de clases, al día siguiente.  

Alberto solía contarme historias sobre su familia, que trabajaban todos en distintos cines de Tacubaya: El Ermita, el Marilyn Monroe (antes Cartagena), el Cine Jalisco, el Carrusel, el David Silva, así como el grande y majestuoso Cine Hipódromo, que coincidía en su parte trasera con el nacimiento de la Avenida Jalisco.

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Ligado al periodismo

Al llegar a Tacubaya, nos descolgábamos desde el metro Juanacatlán a vender a grito pelado el “Ovaciones” sobre las aceras del Circuito Interior.

¡El Ovaciones! ¡El Ovaciones!

Al principio, me quedé aturdido porque me invadió de pronto el medio de andar subiendo y bajando de la calle. Alberto se rió un poco y me dijo que lo hiciera poco a poco. Empecé quedito y nervioso, pero luego empecé a gritar más y más fuerte y a meterme entre los autos para ofrecer el vespertino.

Eso fue años antes que Reforma literalmente se adueñara de las esquinas con su propuesta de venta, ya que la Unión de Voceadores los había boicoteado.

Alberto me daba chance de venderle a sus clientes habituales y así me daba seguridad para acabar mis ejemplares y retirarnos en la tarde-noche para hacer la tarea. La empezaba como a las 7 u 8 de la noche y la terminaba como a las 10.

Mis papás no me decían nada, pero yo era feliz con mis primeros pesos ganados de voceador.

Siempre he pensado que mi vida ha estado ligada al periodismo.

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En búsqueda del doctor King

Años después, regresé a las calles de Bucareli, ahora como flamante colaborador de El Financiero en la sección de cultura, que coordinaba uno de los maestros del periodismo cultural en México, Víctor Roura.

Me di a la tarea de entrevistar a uno de los grandes reporteros, a Fausto Fernández Ponte, el reconocido periodista mexicano, corresponsal de guerra (Vietnam y Angola), analista político y director de los periódicos Tabloide, Diario Sotavento y México Hoy, quien murió en septiembre de 2010.

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El maestro Fausto Fernández Ponte. Julio Sherer no quería a Luther King.

Fernández Ponte fue reportero de The Lacrosse Tribune, en Wisconsin y en The Philadelphia Enquirer, además de ser corresponsal de Excélsior en Nueva York.

Fui a buscarlo porque supe que Fernández Ponte había conocido a Martin Luther King, al igual que el periodista Julio Scherer García, fundador de Proceso, y en una amena plática, el maestro del periodismo me dijo de las fobias religiosas del también fundador de Proceso:

“Julio, como jesuita, obviamente encontró antagonismo en quienes ejercen el cristianismo protestante; a Martin Luther King lo traté tres veces. Lo empecé a observar como pastor protestante y líder de hombres. Estaba en otro plano, digamos, superior. (MLK) era un líder auténtico con un mensaje que llegaba mucho a la comunidad afroestadounidense”, me dijo en plática para El Financiero en el aniversario luctuoso de Luther King.  

“Indudablemente —me dijo—, Luther King era un líder religioso que se dio cuenta que, más allá de su audiencia, si no le daba una metamorfosis a su mensaje, más allá de lo religioso, no podía dejar una huella, y eso lo llevó a ser cada vez más un crítico social, aunque también era un hombre devoto. Todos los liderazgos históricos se dan por coyunturas. Allí estaba la social y la histórica. En esa comunidad, había un atraso cultural, social, en todo. Y aparece allí King con sus grandes dotes de oratoria, con capacidad de improvisación, y además, muy convincente. Cuando empezó a hablar de economía tocó puntos vulnerables”.

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Buscar la huella de King en la CDMX.

El café La Habana

Antes de padecer al Covid, fui con mi amigo y colaborador Mauricio Vizcarra a ese café. Se come bien y se hace buen café negro y chocolate.

El aire del café te invita a seguir visitándolo. Está el aire que preconiza El País con sus poetas de antes, Pita Amor, Octavio Paz, El Che Guevara, la conspiración para llevar el socialismo a Cuba (que degeneró en una dictadura cruel y humillante, con Díaz Canel), pero que en su momento, se vio como una alternativa social y política para dejar de ser el prostíbulo de Estados Unidos (Eduardo Galeano dixit).

Y ahí están las fotos de Fidel, justo antes de ser un dictador. Ahí están los recuerdos, el aire de ese México pasado, donde periodistas, políticos, matones del PRI, espías y voceadores, forjaron el imaginario para buscar en el periodismo, esas ganas que tenía de ser algo o alguien. Gracias a Dios, lo he sido y espero seguir haciéndolo.