Tras el colapso de la Unión Soviética, Solzhenitsyn regresó a Rusia en 1994.

Solzhenitsyn, el escritor ruso que creyó en Dios y que sobrevivió al marxismo

La increíble subversión de Solzhenitsyn inició en 1962 con la sorprendente publicación en Rusia de su novela “Un día en la vida de Ivan Denisovich”.

El peor enemigo de los marxistas son los propios marxistas. El malentendido comunismo llevó a una idolatría tragicómica y al mismo tiempo, genocida. José Stalin logró transmitir su paranoia a todo el politburó comunista. Todos podrían traicionarle. Y Stalin buscó matar a casi todos.

Así lo denuncian los diversos testimonios que vivieron el terror en la ex Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS) y ante ese ambiente opresivo, Aleksandr Solzhenitsyn (1918-2008) escribió desde la conciencia y la noción de Dios para resistir el terror. Aunque sus propios enemigos fueron los propios soviéticos.

Exilio forzado de Solzhenitsyn

La misión literaria de Solzhenitsyn fue buscar la restauración de su patria y guiarla a través de la libertad, pero el leninismo-estalinismo la destruyó. Solzhenitsyn tuvo un exilio forzado en occidente en 1974 en Colonia, Alemania, y luego en Zurich y de ahí pasó a Cavendish, Vermont, donde permanecería hasta su regreso a Rusia tres años después de la caída de la Unión Soviética, en 1994.

La increíble subversión de Solzhenitsyn inició en 1962 con la sorprendente publicación en Rusia de su novela “Un día en la vida de Ivan Denisovich”, durante un pequeño receso en las políticas de opresión oficial, pero la publicación en francés de “El archipiélago Gulag” (1973) y sus numerosas ediciones en idiomas extranjeros provocaron su expulsión forzosa de Rusia.

El escritor había revelado al mundo de occidente las imágenes y descripciones inolvidables de un sistema secreto de represión masiva, encarcelamiento y muerte que se vivían dentro del régimen rojo, amenazador y omnipotente.

Aleksandr Solzhenitsyn
Reflexiones sobre una sociedad sin Dios y sin democracia.

La fuerza del alma de Solzhenitsyn es evidente en “El archipiélago…” , donde nos brinda un testimonio personal de cómo captó una auténtica libertad y coraje en su negativa a vivir como esclavo de las autoridades y los maltratos que pasó durante años en los campos de concentración por solamente hacer chistes sobre el genocida Stalin.

En las entrañas de ese imperio rojo, Solzhenitsyn logró desenterrar la verdad sobre el comunismo, a través de una visión descarandada desde la injusticia y la mentiras.

Ese ensayo contiene sus últimas palabras previas al exilio: “¡No vivan de mentiras! Incluso si todo está bajo su dominio, resistamos lo más mínimo: ¡Que su dominio no se mantenga a través de mí!”, e insta, como Martin Luther King, a una resistencia pasiva sin repetir las mentiras oficiales.

Solzhenitsyn enfrentó repetidamente con valentía la dictadura. La revista francesa Le Point lo nombró hombre del año 1975.

Mientras tanto, Henry Kissinger se enfureció porque el presidente Gerald Ford aceptó en la Plataforma del Partido Republicano de 1976 que Solzhenitsyn era un “gran faro de coraje y moralidad humanos”.

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En el campo de concentración.

Incomprendido en Occidente

Pero para otros, Solzhenitsyn parecía un fascista. Sin embargo, una carta destacó su valentía ante el enorme poder del soviet. Escrita en secreto mientras aún estaba en Rusia, la carta lo presenta como un profeta ruso apelando a los gobernantes soviéticos sobre sus errores y crímenes, sobre las estupideces del marxismo, la necesidad de una renovación moral y espiritual para que Rusia respirara libremente y para que pudiera comprenderse a sí misma.

En la misiva se refiere a la “Santa Rusia” y expone a los aduladores funcionarios soviéticos del poder, la verdad de un sistema de poder corrupto.

Solzhenitsyn condenó el marxismo, que justificaba la brutalidad soviética y las suposiciones rotundamente erróneas en el arte de gobernar y la política económica. Y al señalar que el ateísmo es el núcleo animador del marxismo y su persecución de los cristianos en Rusia, Solzhenitsyn tocó un nervio diferente: el del ateísmo no oficial en las clases parlanchinas de las capitales occidentales.

Y concluyó su declaración con: “Yo mismo veo el cristianismo la única fuerza espiritual viva capaz de emprender la curación espiritual de Rusia”.

Si bien defendió los derechos de propiedad, la familia y la religión, no consideraba que la productividad y el consumo sin fin fueran el objetivo de la política económica. El escritor juzgó pragmáticamente que un sistema comunista no podía transformarse en un orden político democrático sin un hombre fuerte.

Solzhenitsyn señaló audazmente, después de la intervención de Kissinger para negarle la ciudadanía estadounidense honoraria, que era similar a no haber recibido el Premio Lenin. “No encajo en ninguno de los dos sistemas, por lo que en momentos cruciales salen a la luz fuerzas opuestas”, afirmó.

Occidente, para Solzhenitsyn, en el mejor de los casos le brindó el espacio para cumplir con su elevada vocación literaria, lo que le permitió vivir su frivolidad, tal vez inseparable de una enorme riqueza. “¡Qué difícil es, cuando se vive en prosperidad, ser decididos y hacer sacrificios!” Solzhenitsyn vio un Occidente complaciente.

Solzhenitsyn concebía la libertad como el hombre actuando bajo Dios, participando del bien, pero esa participación perfecciona lentamente a su sujeto humilde y escucha con el tiempo.

En general, Solzhenitsyn reflexionó sobre la democracia deliberativa y pensó que era un modelo para construir la democracia, pero desde cero y sin caudillos omnipotentes.

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Espíritu de convicción

En junio de 1978 dijo a los graduandos de Harvard: “Muchos de nosotros ya hemos entendido, y otros entenderán en el curso de sus vidas, que la verdad nos elude si nos concentramos con total atención en su búsqueda.” Y es que, más allá de denunciar por amor al denuncio mismo o figurar como revolucionario, Solzhenitsyn creía que la injusticia venía por falta de Dios, que ese vacío espiritual debía ser denunciado, sin importar quién sea.

Así pues, deberíamos estar dispuestos al exilio y la censura con el propósito de hacer notorios los abusos que otros hacen en contra de la gloria de Dios, al estilo de Solzhenitsyn.

Solzhenitsyn volvería a Rusia en 1994, cuando fue restaurado de su exilio. Desde que salió de Rusia en 1974 y hasta el día de su muerte en el 2008, siguió criticando a Rusia y los horrores de sus sistemas pasados y presentes. No fue conocido por sus filiaciones políticas, sino por su gran amor por la verdad y la justicia. Aunque contra todos habló, nadie podía reprocharle su firmeza al hablar de aquello que estaba bien o mal.

Sociedad sin Dios

El escritor ruso también reflexionó profundamente sobre las raíces espirituales y morales de la crisis que enfrentaba su nación. Una de las declaraciones más icónicas de Solzhenitsyn en relación a este asunto fue: “Los hombres han olvidado a Dios; por eso todo esto ha sucedido”.

En ese mismo discurso, Solzhenitsyn exploró las razones detrás de la caída moral y espiritual de la humanidad en el siglo XX, y argumentó que la principal razón de los horrores del siglo, incluidos los del régimen comunista en Rusia, fue que la humanidad había olvidado a Dios.

Durante su tiempo en un campo de concentración, experimentó una profunda transformación espiritual. En “El Archipiélago Gulag”, escribió: “Fue en la prisión donde me volví hacia Dios. Y en la prisión, por primera vez en mi vida, me aclaré a mí mismo y a mi visión del mundo”.

Vio estos eventos como síntomas de una profunda crisis espiritual y moral: “Dentro del sistema filosófico de Marx y Lenin y en el corazón de su psicología, el odio a Dios es la principal fuerza impulsora […]. El ateísmo militante no es meramente incidental o marginal a la política comunista; no es un efecto secundario, sino el eje central”.

En su famoso discurso de Templeton en 1983, Solzhenitsyn concluyó con las siguientes palabras: “Frente a las ilusorias esperanzas de los últimos dos siglos, que nos han minimizado y nos han arrastrado al umbral de la aniquilación nuclear y no nuclear, solo nos queda buscar con firmeza la cálida mano de Dios, que tan temeraria y arrogantemente rechazamos”.

Tras el colapso de la Unión Soviética, Solzhenitsyn regresó a Rusia en 1994. Durante los últimos años de su vida, abogó por una renovación espiritual y moral de su país.

Se estima que las muertes no naturales atribuidas al comunismo en la Unión Soviética, incluyendo hambrunas, purgas, represiones y otros eventos, fueron más de 20 millones de personas.

Con información de Law & Liberty

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El gran poder de un político puede desencadenar la ruina y la pobreza de un país, tal como sucedió en Rusia. Al respecto del poder, la Biblia nos exhorta:

Santiago 3:17-18 dice: “Pero la sabiduría de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, condescendiente, llena de misericordia y de buenos frutos, sin vacilación, sin hipocresía. Y la semilla cuyo fruto es la justicia se siembra en paz por aquellos que hacen la paz.” En un contexto sobre Santiago confronta a su audiencia buscar una fe despojada de obras y amor al otro, este pasaje muestra que una sabiduría divina lleva a la paz. Por eso dice en el siguiente versículo, en el capítulo 4: “¿De dónde vienen las guerras y los conflictos entre ustedes? ¿No vienen de las pasiones que combaten en sus miembros?”