Silvia Pinal, destacada actriz de cine, teatro y televisión mexicana, murió este 28 de noviembre a los 93 años de edad por complicaciones en vías urinarias.
La actriz y productora, durante 22 años realizó el programa “Mujer, casos de la vida real” y participó en 83 películas, 40 puestas en escena y 33 programas televisivos.
Ganó el Ariel de Oro en 2008, además de otras estatuillas por la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas por su actuación en “Locura pasional” y “La dulce enemiga”, así como Mejor Coactuación por “Un rincón cerca del cielo”.
Grandes actores
Tuvo el privilegio de ser dirigida por cineastas como Luis Buñuel, Gilberto Martínez Solares, Miguel Zacarías, Emilio Fernández; además de trabajar con Pedro Infante, Germán Valdés Tin Tan, Mario Moreno Cantinflas, Carmen Montejo, Joaquín Pardavé, Blanca Estela Pavón, Andrés Soler y Marga López.
Fue alumna de los escritores y poetas Carlos Pellicer, Salvador Novo y Xavier Villaurrutia e inmortalizada por Ricardo Ponzanelli en una de sus obras escultóricas y por Diego Rivera en un retrato de cuerpo entero, plasmado en 1956.
Durante los años 60, la actriz logró proyección internacional al protagonizar las películas Viridiana (1961), que ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes a la mejor película y El ángel exterminador (1962), considerada una de las mejores cintas, según The New York Times, dirigidas por Luis Buñuel y coproducidas por Gustavo Alatriste.
Silvia Pinal, según Enrique Krauze
Tenía yo diez años de edad. Tras un accidente, permanecí semanas en el hospital. Me atendía el eminente oftalmólogo Anselmo Fonte Bárcena. Había que animarme. Mi madre tuvo una idea salvadora. Logró que me visitara una amiga suya muy famosa.
Aún recuerdo mi sorpresa: “mira a quién te traje”. Yo no podía mirar, pero sí escuchar. Su voz era dulce, metálica y penetrante. Prometió volver cada noche, después de la función de la comedia musical “Ring, Ring, llama el amor”. Y cumplió. “¡Hola, novio!”, me decía. Así fue como, de niño, me enamoré de Silvia Pinal.
No sería el único en mi generación, y ahora, leyendo Ésta soy yo, su reciente libro de memorias, entiendo la razón: Silvia Pinal no se parecía a nadie. El cine mexicano había producido mujeres bellísimas pero lejanas a la sensibilidad cada vez más libre de fines de los cincuenta y los sesenta. María Félix era ya, para siempre, su propio personaje: la Doña, perfecta pero fría, inaccesible, marmórea.
Y Dolores de Río era María Magdalena, una reminiscencia noble, serena y melancólica del mundo indígena. A ese arquetipo (más mexicanista que mexicano) pertenecían también Estela Inda, María Elena Marqués y Columba Domínguez. En el otro extremo estaban las rumberas. En un lugar intermedio las musas juveniles, ingenuas, mustias, inocentes y sufridas. En un sitio aparte, misterioso, las actrices venidas de fuera. Y como un género distinto, tocando todos los géneros, estaba Silvia Pinal.
Profusamente ilustrado, producto de una serie de entrevistas, más anecdótico que íntimo, Ésta soy yo es un libro valiente y revelador. La historia de Silvia es la de un matriarcado invencible pero nostálgico de la figura paterna. Su abuela Jovita, que enviudó y perdió a su único hijo, halló la fuerza para criar a seis hijas. Su madre tuvo a Silvia fuera del matrimonio y la crió acompañada de Luis G. Pinal, un político cercano a Plutarco Elías Calles que apareció cuando Silvia tenía cinco años y murió prematuramente.
Su padre biológico -Moisés Pasquel- era un director de orquesta en la XEW. Aunque el encuentro con él fue traumático, le abrió las puertas del espectáculo que ella, con su versatilidad innata, ya había vislumbrado. Silvia estudió canto, actuación dramática (en el INBA, con los Contemporáneos), hizo radio, teatro (bajo la dirección de su primer esposo, el excelente actor Rafael Banquells), televisión (en la famosa “Telecomedia” de Manolo Fábregas) y se inició en el cine.
¿Con quién no alternó Silvia Pinal? Los nombres de Cantinflas, Tin Tan, David Silva, Joaquín Pardavé o Andrés Soler no son un catálogo. Cada uno le exigía otra faceta, que Silvia representaba con frescura, sutileza y -sobre todo- sensualidad: coqueta, pícara, cómica, santa, pecadora, populachera, aristocrática, a veces pueblerina de trenzas, otras rubia seductora.
Actuó junto con grandes actrices, como Anita Blanch, Fanny Schiller, Prudencia Griffel, Libertad Lamarque y Sara García. Gracias al productor Gregorio Walerstein (su gran promotor) filmó en Cuba “Un extraño en la escalera”, con Arturo de Córdova. El libro evoca el fugaz romance entre ellos. El director era Tulio Demicheli, hombre sensible e inteligente, exiliado del peronismo, que guió a Silvia por la ruta de un teatro y cine de inspiración clásica.
En “El inocente”, una de sus películas más taquilleras, Silvia interpretaba a Mané (una chica burguesa) y Pedro Infante a Cruci (un mecánico pobre). Se divertían como almas gemelas (si las almas se divierten). No es casual que en esos años la pintara Diego Rivera, sobre quien el libro narra anécdotas desternillantes.
La consagración vino con Luis Buñuel. Silvia es una Viridiana creíble en la película porque lo era en la realidad: en su vida vertiginosa había un tránsito similar de la temprana inocencia a una realidad azarosa, abierta y excitante.
Después de aquellos días en el hospital vi pocas veces a mi “novia”. De lejos, seguí con orgullo su trayectoria en el cine y el teatro. De lejos, supe de sus inmensas penas.
Ahora creo entender por qué reconstruyó, con sus talentosas hijas, el matriarcado de su abuela Jovita, y por qué llevó a la televisión la vida de tantas valiosas mujeres mexicanas. Hace algún tiempo me reclamó, con plena razón: “¿Y mi documental?”. Silvia Pinal no sólo merece un documental sino una obra (biografía, teatro, película) que haga honor a la estrella más brillante de nuestro medio artístico en la segunda mitad del siglo XX.
Nombre del original: “La vida de una estrella”.
Con información de (https://enriquekrauze.com.mx/), La Jornada, Milenio y El País.
Sin duda alguna, la actriz dejó una huella destacada en la cultura de México, y varias artes. Su talento y belleza fueron luminarias en las marquesinas y revistas en México y el mundo.
Dios desea que cada talento que tengamos lo pongamos en sus manos: música, teatro, cine o la pasión que desarrolles, pero que también, tenga un propósito para ayudar a los demás a llegar a la verdad absoluta:
Que hay un cielo y un infierno.
Todos los seres humanos moriremos y estaremos ante la presencia de Dios, al cual, daremos cuenta de nuestras acciones en vida, como lo afirma la Biblia en el libro de Hebreos.
Hebreos 9:27 Reina-Valera 1960
27 Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio. Read full chapter