Los monoteístas, especialmente los de fe teísta, le oran a un Dios personal que, por amor, ofreció su vida, los creó a su imagen y semejanza, y les tiene una misión en esta efímera existencia.

Conectando con Dios: Trascendencia en nuestro cerebro al orar

Orar es una plática, un diálogo íntimo con Dios. Dios le responde al orante de muchas maneras: una locución interior, un signo, una señal o una manifestación.

Fabián Acosta Rico / Universidad de Guadalajara, México

871f5f15 9d4c 4f4b 9710 d2dd9e478e49

Aquel que todo lo abarca se manifiesta en el océano infinito de la realidad. El ser humano tiene una necesidad inveterada de conectar con algo superior a él: perfecto, prístino y celestial; de allí la pertinencia de orar o meditar.

Los monoteístas, especialmente los de fe teísta, le oran a un Dios personal que, por amor, ofreció su vida, los creó a su imagen y semejanza, y les tiene una misión en esta efímera existencia.

Los orientales, como hindús, budistas y taoístas, cuyas concepciones religiosas apuntan a una divinidad absoluta, inmanente y trascendente, prefieren meditar para alcanzar la fusión con lo Divino en su condición más impersonal: Tao, Atma, nirvana…

Un ser trascendente

Como bien lo explica Ken Wilber, este Ser trascendente, personal o impersonal, se deja sentir a través de nuestros órganos cognitivos. Las experiencias místicas impactan nuestro cerebro y, con él, todo nuestro ser corpóreo.

Si bien la ciencia no puede decirnos mucho sobre las causas de los fenómenos místicos, sí puede dar cuenta de los efectos que tiene el rezar en nuestro cerebro. El neurocientífico Andrew Newberg, director de investigaciones del Instituto Marcus de Medicina Integral de la Universidad Thomas Jefferson en EU, se ha especializado en estudiar los efectos de la oración y otras prácticas religiosas en el bienestar.

Empleando resonancias magnéticas, el equipo de Newberg ha localizado áreas del cerebro que se activan cuando una persona reza. El rezo más común es la repetición de una oración; en el catolicismo, podrían ser los padres nuestros y las aves marías. Los budistas y los hindús tienen sus mantras en sánscrito. En estos ejercicios espirituales, una de las áreas del cerebro que se activa es el lóbulo frontal.

Oración profunda

En términos de neurociencia, esto es lógico, ya que el lóbulo frontal reacciona cuando realizamos tareas que demandan mucha concentración. Lo relevante, según Newberg, es lo que ocurre en una oración profunda. Cuando la oración alcanza una intensidad mística, la actividad del lóbulo frontal desciende.

El individuo siente que no es él quien produce la experiencia, sino un agente externo, una presencia trascendente. La oración profunda afecta el lóbulo parietal, reduciendo significativamente su actividad. Esta área recibe la información sensorial del cuerpo y nos crea una representación visual de él.

Según Newberg, esta reducción en la actividad del lóbulo parietal explica los sentimientos de trascendencia al orar profundamente. Con la disminución de actividad en esta área, perdemos el sentido de individualidad y experimentamos una sensación de unidad, de conexión con el todo.

Estas activaciones cerebrales también ocurren con otras actividades espirituales, sean o no religiosas: una persona que practica taichí, canta cánticos chamánicos, medita con mindfulness o eleva alabanzas en voz alta puede alcanzar trances similares.

La meditación, igual que la oración, ayuda a centrarse en el presente y resulta reparadora y tranquilizante, activando el sistema nervioso parasimpático, encargado del descanso y la digestión. Este sistema es complementario al simpático, que regula nuestras alertas y respuestas rápidas ante peligros.

La oración y la meditación ayudan a controlar pensamientos y emociones, otorgando paz interior y despejando el camino para conectar con Dios. Sin embargo, no a todos les funciona igual la oración. Aquí, pasamos de la neurociencia a la psicología y apelamos a la teoría del apego, que dice que un niño con cuidadores presentes y confiables desarrollará un sentido de seguridad que le ayudará a establecer vínculos seguros en la adultez.

Si tiene cuidadores inconsistentes, le será difícil desarrollar confianza, vital para la maduración de la fe. Esta carencia impide a la persona generar una relación íntima con Dios. Por tanto, educar en la fe no debe limitarse a transmitir verdades reveladas, sino también implica una atención y cuidado emocional que lleve al infante a experimentar el amor de Dios a través de sus padres y cuidadores.

Reconocer prácticas espirituales

Además de estos aspectos, es importante reconocer que las prácticas espirituales, ya sea la oración o la meditación, tienen un impacto significativo en la salud mental. Estudios han demostrado que estas prácticas pueden reducir los niveles de estrés, mejorar la salud emocional y aumentar la resiliencia.

Esto se debe a que tanto la oración como la meditación promueven un estado de relajación y tranquilidad, lo que puede contrarrestar los efectos negativos del estrés crónico.

La meditación, por ejemplo, ha sido ampliamente estudiada en el campo de la psicología y la medicina. Se ha encontrado que la práctica regular de la meditación puede aumentar la concentración, mejorar el bienestar emocional y fomentar una perspectiva positiva de la vida.

Esto se alinea con los hallazgos de Newberg, quien observa que tanto la oración profunda como la meditación profunda activan y desactivan áreas específicas del cerebro, promoviendo un estado de calma y paz.

La conexión con lo divino, ya sea a través de la oración o la meditación, no solo satisface una necesidad espiritual profunda, sino que también tiene beneficios tangibles para nuestra salud mental y emocional.

Estos beneficios se logran a través de cambios específicos en la actividad cerebral, que promueven la tranquilidad, la unidad y la conexión con algo más grande que nosotros mismos. Por tanto, estas prácticas no solo son importantes desde una perspectiva religiosa, sino también desde una perspectiva científica y de bienestar integral.