Un hombre con un ojo, negro; una mujer que no sabía tocar el piano y apestoso establo derruido, fueron los instrumentos de Dios para salvar Estados Unidos.
Pablo nos dejó escrito que Jesús apareció a más de 500 personas entre el momento de su resurrección y el de su subida al cielo (1 Corintios 15:6), pero en el Día de Pentecostés solo había 120 en el Aposento Alto. ¿Cómo se habrán sentido los 380 cuando se dieron cuenta de que se habían perdido el gran momento de su vida?

A principios del siglo veinte, la Misión de la Calle Azusa presenció el inicio de los Movimientos Pentecostal y Carismático con un avivamiento que duró noche y día durante tres años.
Las personas que vivieron el avivamiento, que comenzó el 9 de abril de 1906, presenciaron solo 10 días después, el horrendo terremoto de San Francisco, California, que destruyó el 80% de la ciudad y cobró la vida a más de 3,000 personas.
Cuando la tierra y el espíritu se sacuden: 1906, el año del terremoto doble
En abril de 1906, California fue testigo de dos sacudidas que marcaron su historia: una física, otra espiritual. Al norte, mientras San Francisco caía bajo el poder de un gran terremoto, que destruyó más de 28,000 edificios y que dejó una huella sísmica que redefiniría la ingeniería urbana. Al sur, en un modesto establo derruido y con olor a estiércol de vaca de la calle Azusa en Los Ángeles, un grupo de creyentes inició un avivamiento que transformó la fe mundial.


Separadas por 560 kilómetros, estas dos fuerzas —una tectónica, otra trascendental— revelaron una paradoja fascinante: mientras la tierra se quebraba, el espíritu se encendió. Ambos eventos impulsaron transformaciones profundas. El terremoto modernizó la infraestructura urbana, mientras que el avivamiento de Azusa Street impulsó cientos de redes comunitarias, iglesias y espacios de culto que impactarían incluso el desarrollo inmobiliario en zonas periféricas.

Liderazgo verdaderamente humilde
De todos los líderes religiosos afroamericanos más destacados del siglo XX, uno de los menos reconocidos es William Seymour, el pastor de la Misión de la Calle Azusa en Los Ángeles e impulsor del poder del Espíritu Santo a nivel mundial.
El historiador de la Universidad de Yale, Sidney Ahlstrom, afirmó que Seymour tuvo un impacto por encima de W. E. B. Dubois y Martin Luther King.
William Joseph Seymour nació en Centerville, Luisiana, el 2 de mayo de 1870, hijo de los antiguos esclavos Simon y Phyllis Seymour. Criado en la iglesia bautista, A los 25 años, se mudó a Indianápolis, donde trabajó como mozo de ferrocarril y atendió mesas en un restaurante. Pero contrajo viruela y perdió la vista del ojo izquierdo en ese año.
En 1903, se mudó a Houston, Texas, en busca de su familia. Allí se unió a una pequeña iglesia pastoreada por una mujer negra, Lucy Farrow, quien lo contactó con Charles Fox Parham, quien era un maestro en un ministerio donde un estudiante había hablado en lenguas (glosolalia) dos años antes. Para Parham, esta era la “evidencia bíblica” del bautismo en el Espíritu Santo.

La ley de Texas prohibe a los negros sentarse en las aulas con blancos, pero Parham animó a Seymour a estar parado en un pasillo, durante horas, y escuchar las clases a unos metros de la puerta. Seymour aceptó la visión de Parham de un bautismo en el Espíritu Santo, al que llamó una “tercera bendición”. Aunque Seymour no lo había experimentado.
Los benditos malentendidos
A principios de 1906, Seymour fue invitado a pastorear una iglesia en Los Ángeles. Con el apoyo de Parham, Seymour viajó a California, donde predicó la nueva doctrina pentecostal usando Hechos 2:4 como texto. Sin embargo, rechazaron la enseñanza de Seymour sobre las lenguas y fue despedido.
Seymour fue invitado a alojarse en la casa de Richard Asberry, en el número 214 de la calle North Bonnie Brae, donde el 9 de abril, tras un mes de oración y ayuno, finalmente, Seymour y otros hablaron en lenguas.
La noticia de lo que sucedió en Bonnie Brae se extendió rápidamente y atrajo tanta atención que Seymour predicó bajo un techito, frente a una multitud congregada en la calle.
La multitud se hizo tan numerosa que el techo se derrumbó por los empujones. Seymour buscó en Los Ángeles un mejor lugar. Encontró una vieja iglesia episcopal metodista africana abandonada en la calle Azusa, que era usada como almacén y establo. Aunque estaba en ruinas, Seymour y su pequeño grupo de lavanderas, criadas y obreros negros limpiaron el edificio, pusieron tablones de madera e hicieron un púlpito de cajas viejas de zapatos.
Los servicios comenzaron a mediados de abril en la iglesia “Misión de Fe Apostólica”.

Más multitudes
El edificio, que medía 12 por 18 metros, logró agolpar a más de 600 personas en su interior, mientras cientos escuchaban por las ventanas. Todos querían oír el habla en lenguas, que incluían gritos, trances y diversos bailes góspel.
No había orden en el servicio, ya que “el Espíritu Santo estaba al mando”. No se aceptaban ofrendas, aunque un letrero en la pared proclamaba: “Arréglate con el Señor”. Era un lugar ruidoso, y los servicios se prolongaban hasta la noche.
Aunque los periódicos locales mencionaban con burla “el extraño parloteo de las mamás de color en esquinas y tranvías”, la noticia intrigó a la ciudad. Congregaciones enteras acudieron a la calle Azusa, mientras sus antiguas iglesias desaparecían.

Testimonios de poder
Sanidades sobrenaturales ocurrían ante todos. Enfermedades en brazos y piernas eran restaurados. Enfermedades incurables desaparecían, e incluso, una pared quedó cubierta de muletas y aparatos ortopédicos abandonados en testimonio de los que habían sido sanados.
Los cultos eran intensos. Filas de tablones debían retirarse para dar espacio a los que buscaban en el altar. Hombres y mujeres pasaban horas de rodillas clamando. El hablar en lenguas se extendía acompañado de interpretaciones y profecías.
Muchos relataban ver manifestaciones visibles de la gloria de Dios, como una especie de niebla o nube que llenaba el lugar. El avivamiento superó los límites de Los Ángeles. Personas llegaban de otros estados, asistían a los cultos y regresaban a sus ciudades llevando la llama encendida. Misioneros de otros países escucharon sobre el movimiento y viajaron para verlo con sus propios ojos. Luego llevaban el mensaje y la experiencia pentecostal a otras naciones.
En dos años, el movimiento ya había alcanzado 50 países y estaba presente en prácticamente todas las ciudades de Estados Unidos con más de 3,000 habitantes. En Brasil, por ejemplo, dos jóvenes suecos que habían tenido contacto con el mensaje pentecostal en Chicago, llegaron trayendo la llama que resultaría años después en el nacimiento de la Asambleas de Dios, en Belén de Pará.

Fundamentos vigentes
El corazón del movimiento no estaba en estructuras grandiosas ni en líderes famosos, que ostentaban joyas o trajes finos, estaban en los principios espirituales claros que Seymour y los demás enfatizaban:
- La salvación por fe en Jesucristo. No en un pastor, o una congregación.
- La santificación como estilo de vida del creyente. No al coqueteo con las modas woke o tendencias LGBT, tratando de manipularlas con ciertos versículos, como se hace actualmente.
- El bautismo en el Espíritu Santo con evidencia de habla en lenguas. A veces sin manifestación, pero con frutos de paz.
- La sanidad divina como parte de la obra de redención. Sanidad emocional y de heridas también.
- La esperanza viva del retorno inminente de Cristo. Eso significa que el actual acoso contra Israel acelera los tiempos.
Este conjunto de convicciones, junto con la poderosa experiencia del derramamiento del Espíritu, dio origen al movimiento pentecostal moderno.
La iglesia de la calle Azusa, lo que los hombres llamaban “el establo abandonado”, se transformó en un altar mundial de adoración sobrenatural y continuada. Allí Dios eligió derramar su gloria en medio de la simplicidad, demostrando una vez más que no son los grandes templos ni los recursos humanos los que hacen mover al cielo, sino los corazones quebrantados y sedientos.
Con el tiempo, el avivamiento alcanzó proporciones inéditas. Miles de personas asistían a los cultos diariamente provenientes de diversas regiones de Estados Unidos y de otros países. Los encuentros eran tan intensos que las reuniones iniciaban a las 10 de la mañana hasta altas horas de la madrugada.
En solo 2 años, el movimiento había alcanzado 50 naciones. Iglesias pentecostales se establecieron no solo en Estados Unidos, sino también en países de América Latina, Europa, África y Asia.

El fruto se quedó
Siete años después, alrededor de 1913, la atención de los medios disminuyó y muchas de las multitudes desaparecieron. Sin embargo, la llama que se había encendido no se apagó. William Seymour y Jenny Moore permanecieron en el ministerio ayudando a establecer pequeños avivamientos e iglesias en otras regiones. Seymour falleció el 28 de septiembre de 1922, dejando un legado de coraje, fe y perseverancia.
Se estima que más de 600 millones de cristianos evangélicos en el mundo son miembros de iglesias directamente influenciadas por el avivamiento que comenzó en ese humilde espacio.
La historia de la calle Azusa nos recuerda que Dios frecuentemente elige a los improbables. Que Dios elige a corazones humildes, quebrantados y sedientos. Un hombre con un ojo ciego, una mujer que nunca había tocado el piano y un edificio en ruinas, se convirtieron en instrumentos del cielo.
Cronología
1867 Inicia la Asociación Nacional de Santidad
1870 William Seymour nace en Luisiana
1901 Agnes Ozman habla en lenguas bajo el ministerio de Charles Parham en Topeka, Kansas
1905 Seymour acepta la doctrina de Parham en Houston
1906 En la casa de Bonnie Brae Street, Los Ángeles, Seymour habla en lenguas por primera vez.
1906-1909 Apogeo del renacimiento de la calle Azusa
1908 Seymour se casa con Jennie Moore
1914 Se forman las Asambleas de Dios
https://www.jornada.com.mx/2006/03/29/index.php?section=opinion&article=031a2pol